Subir al Balneario de Panticosa siempre provoca la misma sensación, la de estar entrando en otro ritmo. La carretera que asciende por el Valle de Tena va dejando atrás pueblos, pinos y curvas hasta que, casi sin aviso, se abre el circo glaciar donde se encuentra este rincón único del Pirineo. A 1.636 metros de altitud, rodeado por montañas que superan los 2.500 metros, el balneario aparece como un refugio suspendido entre piedra, agua y silencio. En invierno, el paisaje se vuelve íntimo, casi cinematográfico; vapor sobre el lago, nieve en los tejados, el sonido del agua caliente escapando entre las rocas. No exagero si te digo que ir al Balneario de Panticosa puede ser uno de los mejores planes que hacer en invierno. Y aquí, de planes, sabemos.
Aguas que ya conocían los romanos
En Panticosa no hace falta inventarse nada para construir una historia. Se sostiene sola. Las aguas termales brotan calientes desde hace miles de años, y se sabe que ya eran aprovechadas en época romana, gracias a los hallazgos de monedas y restos que indican su presencia. No sorprende, pues sus aguas, ricas en minerales y con temperaturas entre 30 y 37 grados, tenían fama de aliviar dolores y mejorar la salud. Con la Edad Media y los siglos posteriores, los manantiales siguieron siendo utilizados por pastores y habitantes del valle, aunque la gran transformación llegó después. ¿Sabes ya por donde voy?
La edad dorada del balneario
El siglo XIX convirtió Panticosa en una de las estaciones termales más prestigiosas de España. Las élites del país, y parte de Europa, venían aquí a tomar aguas, respirar aire puro y descansar. Se levantaron edificios elegantes, paseos, galerías cubiertas y hoteles que aún hoy marcan el carácter del conjunto.
El Gran Hotel, inaugurado en 1903 y restaurado hace pocos años, sigue siendo testigo de ese esplendor. Sus muros recuerdan la época en la que familias enteras pasaban semanas enteras en estas montañas, cambiando el bullicio urbano por el sonido de los ríos y el rumor constante del viento. Hoy, gran parte del complejo histórico se conserva, permitiendo caminar por un pequeño “pueblo termal” que mantiene alma y memoria.
Donde lo antiguo y lo moderno se dan la mano
El corazón actual es Termas de Tiberio, el spa moderno que utiliza las aguas milenarias del valle. Su diseño incorpora piscinas interiores y exteriores, chorros de hidromasaje, baños de vapor y espacios de relajación que miran directamente al paisaje. La joya, para muchos, es la piscina exterior, donde uno se sumerge en agua caliente mientras el aire frío hace subir columnas de vapor. Con nieve alrededor, la escena es una postal perfecta.
Lo más interesante es que el agua no se recalienta artificialmente; nace caliente, limpia y mineralizada. Eso hace que la experiencia sea mucho más natural y menos “spa urbano”.
Un paisaje que lo explica todo
Panticosa está encajado en un circo glaciar impresionante. Las cumbres de los picos Argualas, Garmo Negro o los Infiernos cierran el valle, creando un entorno recogido y casi ceremonial. En diciembre, la luz es suave, los contrastes se intensifican y cada amanecer parece una invitación a bajar el ritmo, a disfrutar. El ibón de Panticosa se encuentra junto al complejo. En invierno suele helarse parcialmente, creando esa textura blanca y azulada tan característica del Pirineo. Pasear alrededor del lago, sin prisas, es casi terapéutico.
Un destino para parar… de verdad
Lo más curioso de Panticosa es que consigue algo que muy pocos lugares logran; obligarte, de forma amable, a parar. Aquí no suenan notificaciones, no hay prisa y el cuerpo, sin que uno lo pida, empieza a bajar revoluciones. Ir en diciembre tiene un encanto particular. El frío exterior convierte cualquier baño en un pequeño lujo y la nieve, cuando llega, redondea la experiencia. No es un invierno ruidoso ni turístico, es un invierno que te demuestra la razón de que tanta gente sea "team montaña".