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Animales

Delfines y cachalotes cargados con “químicos eternos”: la contaminación invade las aguas remotas

Diego Tudares
01/12/2025 03:22:00

Un estudio reciente publicado en la revista Science of the Total Environment sobre los efectos de los químicos antropogénicos en la vida marina ha generado preocupación entre investigadores y conservacionistas. El trabajo muestra que delfines y ballenas dentadas presentan niveles sin precedentes de compuestos perfluoroalquilados, conocidos como PFAS, un grupo de contaminantes de larga vida que persisten durante siglos en el ambiente y en los organismos vivos.

El resultado principal es tan sencillo como inquietante: no existe refugio ecológico frente a estos químicos, ni siquiera en hábitats remotos o de gran profundidad. La idea de que las aguas oceánicas, especialmente las más lejanas a la costa, ofrecen protección frente a la contaminación industrial queda seriamente cuestionada.

Los PFAS —usados en productos antimanchas, utensilios de cocina antiadherentes y envases alimentarios— deben su apodo de “químicos eternos” a su extraordinaria resistencia a la degradación química y biológica. Su estructura molecular, diseñada para repeler agua y grasa, impide que se descompongan en condiciones ambientales normales.

Su efecto no es inmediato, pero sí acumulativo: se concentran en cadenas tróficas a lo largo del tiempo, llegando a los niveles más altos en depredadores como delfines o cachalotes. Los estudios previos sobre humanos y fauna terrestre asocian los PFAS con alteraciones inmunológicas, endocrinas, reproductivas y, potencialmente, con ciertos tipos de cáncer. Aunque aún no se conoce en detalle su impacto en cetáceos, el paralelismo biológico alerta: los mecanismos fisiológicos afectados son comunes en mamíferos.

El equipo liderado por la investigadora Katharina Peters, del Marine Vertebrate Ecology Lab de la Universidad de Wollongong, analizó tejidos de 127 individuos pertenecientes a 16 especies de odontocetos capturados en aguas de Nueva Zelanda. La muestra incluye desde delfines nariz de botella  y de Héctor —especie costera y endémica— hasta cachalotes de inmersión profunda, considerados modelos ideales para verificar la influencia del hábitat en la acumulación de contaminantes.

El proyecto fue una colaboración trasnacional con universidades australianas y neozelandesas, así como centros especializados como el Australian Museum. Esta amplitud institucional permitió usar métodos homogéneos de análisis químico y una cobertura temporal consistente, evitando sesgos derivados de mediciones fragmentadas o comparaciones históricas.

Qué explica esta omnipresencia de contaminantes

Los científicos partieron de un supuesto lógico: las especies que se alimentan y circulan cerca de la costa deberían estar más expuestas a compuestos industriales que aquellas que recorren aguas pelágicas o abismos oceánicos. Bajo esa premisa, esperaban ver niveles altos de PFAS en delfines costeros y niveles moderados en cetáceos de buceo profundo.

Sin embargo, el resultado fue diametralmente opuesto a esa intuición. Los patrones de concentración no guardan relación directa con el hábitat, lo que sugiere que los PFAS han alcanzado niveles de dispersión oceánica muy superiores a lo anticipado. Estos compuestos penetran sistemas marinos a través de corrientes, precipitación y microplásticos, ampliando su huella a regiones donde nunca han sido descargados directamente.

El análisis apunta a un fenómeno de bioacumulación en cadena y transferencia transfronteriza. Los PFAS no solo se encuentran en aguas superficiales; se adhieren a partículas en suspensión, sedimentos y presas de nivel inferior, lo que permite su tránsito por zonas que se consideraban aisladas. Cetáceos buceadores, como los cachalotes, se alimentan de especies intermedias —calamares, peces demersales— que ya actúan como vectores químicos.

Además, los grandes depredadores marinos viven décadas, acumulando químicos a lo largo de toda su vida. El tiempo de exposición, más que la ubicación, se convierte en un factor determinante. Así, la profundidad deja de ser un escudo: el océano profundo no es un entorno prístino, sino un depósito silencioso de contaminantes.

Los resultados no concluyen sobre mortalidad directa, pero sí generan señales de advertencia sobre funciones biológicas clave. Los cetáceos poseen sistemas inmunes complejos y estrategias reproductivas de baja tasa: una sola cría por gestación, largos periodos de crianza y madurez tardía. Cualquier perturbación hormonal o inmunitaria —incluso pequeña— puede traducirse en descensos poblacionales acelerados.

A nivel ecológico, el estudio revela algo más profundo: los océanos no diluyen indefinidamente la contaminación compleja. La distribución global de PFAS indica que la contaminación química se comporta como el CO₂ atmosférico: se mueve, se redistribuye y se integra en ecosistemas enteros, lejos de sus fuentes originales.

Los autores subrayan que este es el primer análisis simultáneo y multisectorial de PFAS en odontocetos en un mismo entorno marino. Su aportación no es solo descriptiva: establece la necesidad de repensar los modelos de riesgo ambiental, abandonando el enfoque de “zonas seguras”.

Por ahora, el dato incontestable es que la contaminación química ha alcanzado niveles globales en la vida marina. Y los delfines y ballenas, tradicionalmente emblemas de un océano silvestre y trascendente, se han convertido en la señal biológica que expone esa realidad. @mundiario

por KaiK.ai