El impacto con Theia es la hipótesis dominante sobre el origen de la Luna: un choque catastrófico que moldeó la masa, la composición y la dinámica orbital de la Tierra primitiva. Pero averiguar qué tipo de cuerpo fue Theia —su tamaño, su composición y, sobre todo, desde qué región del Sistema Solar llegó— ha sido hasta ahora una incógnita porque el proyectil se desintegró y gran parte de su material terminó mezclado con el de la Tierra y la Luna.
El nuevo estudio, publicado en la revista Science por investigadores del Instituto Max Planck para la Investigación del Sistema Solar y la Universidad de Chicago, usa huellas químicas muy concretas para reconstruir ese pasado: los isótopos de metales clave presentes en rocas terrestres y lunares.
Los autores han medido con altísima precisión las proporciones de isótopos de hierro (y complementariamente de cromo, molibdeno y circonio) en 15 muestras terrestres y seis muestras lunares traídas por las misiones Apollo. Los isótopos son versiones de un mismo elemento con distinto número de neutrones; su distribución en los materiales del Sistema Solar no fue uniforme y, por tanto, actúa como una “firma” del lugar de formación de un cuerpo.
Si la Luna y la Tierra tuvieran composiciones isotópicas muy distintas, señalaría orígenes lejanos o escaso mezclado. Pero las mediciones confirman (como mediciones previas con otros elementos ya sugerían) que Tierra y Luna son prácticamente indistinguibles en esos parámetros isotópicos.
Ahí entra la metodología más creativa del estudio: los autores aplican una especie de ingeniería inversa planetaria. Partiendo de la igualdad isotópica observada hoy entre la Tierra y la Luna, exploran —mediante modelos y cálculos— qué combinaciones de composición y tamaño habría necesitado Theia (y la proto-Tierra) para producir ese resultado tras un impacto gigante.
Para acotar posibilidades emplean las diferencias de comportamiento geológico de los elementos: algunos (hierro, molibdeno) tienden a hundirse al formar el núcleo de un planeta; otros (circonio) permanecen en el manto. Eso permite estimar qué fracciones del material final proceden de cada cuerpo y en qué estado estaban sus capas internas antes del choque.
Un vecino del Sistema Solar interior
Tras descartar escenarios poco plausibles, el conjunto de evidencias isotópicas y los modelos conducen a la conclusión más consistente: la mayor parte de los “bloques de construcción” tanto de la proto-Tierra como de Theia provendrían del Sistema Solar interior. En palabras de los autores, “los ingredientes de Theia y de la proto-Tierra parecen proceder de regiones próximas; Theia probablemente fue un planeta vecino”. Timo Hopp, autor principal, sintetiza la idea: “El escenario más convincente es que la mayor parte de los bloques formadores de la Tierra y Theia se originaron en el Sistema Solar interior. Es probable que fuesen planetas vecinos.”
Las firmas isotópicas analizadas corresponden a materiales que se generan en zonas cercanas al Sol; además, las proporciones medidas pueden explicarse bien por mezclas y procesos geoquímicos razonables tras un gran impacto.
La semejanza isotópica Tierra-Luna no descarta por completo otros escenarios de formación de la Luna (por ejemplo, mayor contribución del manto terrestre al disco que originó la Luna, o mezclas complejas). Además, el catálogo de meteoritos y materiales conocidos no cubre necesariamente todos los tipos de material que existieron en la nebulosa solar; Theia podría haber contenido componentes poco representados entre las muestras meteóricas actuales.
Los autores reconocen que su reconstrucción no es una “prueba única” sino una inferencia robusta dentro de las alternativas modeladas.
Que Theia proviniera del interior y fuera vecina de la proto-Tierra sugiere un escenario dinámico en el que los objetos planetesimales y protoplanetas migraban y colisionaban localmente mientras se ensamblaban los planetas terrestres.
Esto encaja con modelos modernos de acreción planetaria que predicen encuentros violentos entre cuerpos de tamaño planetario en fase tardía de formación. Además, un Theia cercano facilita explicar por qué la Luna y la Tierra comparten tantas similitudes isotópicas y, a la vez, por qué la Luna tiene la masa y el momento angular observados tras la colisión.
El estudio abre líneas aclaratorias: ampliar el catálogo de mediciones isotópicas (más muestras lunares y terrestres, y nuevos isótopos), mejorar modelos hidrodinámicos del impacto que consideren diferentes ángulos y velocidades, y buscar firmas geoquímicas en meteoritos poco comunes que representen materiales no bien muestreados hasta ahora. Además, futuras misiones lunares podrían traer más muestras de ubicaciones diversas, lo que permitiría afinar aún más la reconstrucción.
En síntesis, el trabajo añade peso a la idea de que Theia no fue un visitante foráneo lejano, sino un vecino del vecindario solar primitivo cuya colisión con la proto-Tierra —además de crear la Luna— refleja la naturaleza caótica y local de la ensambladura planetaria. Aunque quedan preguntas abiertas sobre detalles exactos del impacto y la mezcla resultante, el estudio aporta un marco químico y físico convincente para situar a Theia cerca de casa. @mundiario