
El legado secreto de Nizo Yamamoto en el ANIME ¿Por qué los cielos de Nizo Yamamoto siguen vivos en el futuro del anime? Esto de Nizo Yamamoto y ANIME es ALTO SECRETO
Estamos en pleno verano de un año cualquiera, en Japón o en cualquier lugar donde el calor nos obliga a mirar hacia arriba en busca de nubes. Y ahí, flotando entre algodones luminosos, aparece un nombre que quizás muchos nunca escucharon pero que todos, absolutamente todos los amantes del anime, han visto sin saberlo: Nizo Yamamoto. El hombre que pintó los cielos. El que convirtió un fondo en protagonista. El que demostró que un cúmulo de nubes puede ser tan importante como un héroe con espada.
No exagero: el anime no sería lo que es hoy sin Nizo Yamamoto. Y lo curioso es que su obra siempre estuvo “al fondo”, como si el destino se empeñara en que pasara desapercibido, camuflado detrás de castillos flotantes, ruinas europeas, ciudades devastadas por la guerra o bosques que parecen tener alma propia.
Origen: Head in the Clouds
“Los personajes nos roban el corazón, pero los paisajes nos roban la memoria.” Lo digo en presente porque, aunque Yamamoto falleció hace un par de años, su legado sigue vivo cada vez que alguien levanta la vista al cielo y encuentra una nube que parece sacada de Laputa: Castle in the Sky.
el arte invisible que sostiene al anime
Hay algo irónico en esto: todo el mundo conoce a Hayao Miyazaki, a Mamoru Hosoda o a Hideaki Anno. Se les venera como directores geniales, arquitectos de universos animados. Pero nadie se pregunta de qué están hechos esos universos. Un héroe sin escenario no es nada más que un garabato suspendido en el vacío.
Yamamoto era bijutsu kantoku, director de arte. Ese título casi burocrático escondía a un pintor que se empeñaba en dar cuerpo al aire, densidad a las nubes, humedad a la hierba y hondura al bosque. Mientras otros artistas se lanzaban a las tabletas gráficas y a los píxeles, él se quedaba con sus pinceles, con el olor a pigmento, con la terquedad de la pintura tradicional. Se parecía más a un maestro de Nihonga, esa corriente que usa minerales y pigmentos naturales para atrapar la esencia de la naturaleza, que a un técnico de estudio.
En una entrevista llegó a decirlo con ironía: “Pinto cosas que no pueden tocarse con las manos humanas: cielos, agua, nieve, viento, fuego.” Era su manera de desafiar la modernidad digital con algo tan antiguo como un pincel.
princesas, ruinas y ciudades soñadas
Si hago un repaso rápido por sus paisajes, la lista parece un mapa secreto de la historia del anime. Las ruinas europeas de El castillo de Cagliostro. Los mundos suspendidos en el aire de Laputa. La guerra convertida en memoria visual en La tumba de las luciérnagas. El Kobe cotidiano que se vuelve desgarrador cuando arde bajo las bombas. El cruce de calles anodino en La chica que saltaba a través del tiempo, transformado en un escenario donde lo extraordinario se cuela en lo rutinario.
Y, por supuesto, los bosques de La princesa Mononoke. Ese paisaje frondoso y espiritual que parece respirar. Hay una escena mítica en la que el protagonista entra en el territorio del Shishi-gami, ese dios del bosque. Yamamoto se obsesionaba con cada hoja, con cada destello de luz que atravesaba las ramas. Y lo más curioso: en los documentales de rodaje se ve a Miyazaki, el famoso perfeccionista, calmando a Yamamoto, porque el pintor no estaba satisfecho. ¿Cuántas veces habrá pasado eso en la historia? El director obsesivo convertido en terapeuta de su pintor.
Roger Ebert, el crítico estadounidense, dijo alguna vez que Mononoke era “una de las películas más visualmente inventivas jamás vistas”. Si uno afina el oído, lo que en realidad estaba diciendo era: “Gracias, Yamamoto”.
las nubes que se vuelven reales
En Japón incluso le pusieron nombre a sus creaciones: nizo-gumo, las nubes de Nizo. Un homenaje en vida que se convirtió en mito tras su muerte. No era solo un truco visual. Esas nubes eran símbolos de algo más: de la manera en que el anime podía ser más real que la realidad.
En Tokio, por ejemplo, existen webs que comparan escenas de sus películas con calles reales. Es fascinante: una intersección aburrida se convierte en el escenario perfecto para una historia. Su trazo no imitaba la ciudad: la sublimaba. Una calle se transformaba en la versión ideal de sí misma, como si las ciudades, en secreto, soñaran con ser más bellas y Yamamoto les prestara su pincel.
“Si las ciudades sueñan, sueñan con ser pintadas por Yamamoto.”
del sueño adolescente al hábitat real
El anime nació como entretenimiento adolescente. Batallas, mechas, futuros distópicos. Sin embargo, gracias a artistas como Yamamoto, ese entretenimiento se convirtió en paisaje habitable. Hoy existe incluso la expresión “peregrinaje anime”: fans que viajan hasta Japón para caminar por las calles de Your Name, perderse en los bosques de Mononoke o sentarse en la estación de tren donde saltaba a través del tiempo la chica de Hosoda.
Studio Ghibli entendió la lección. Su museo en Tokio y su parque en Aichi no ofrecen montañas rusas, ni atracciones espectaculares. Ofrecen fondos. Rincones. Cocinas, casas, calles, recreaciones exactas de las películas. No es un parque temático, es un parque de paisajes. Como si Yamamoto hubiera ganado la partida definitiva: convencer al mundo de que un fondo puede ser más poderoso que un héroe.
la paradoja de la vejez y la juventud
Hay algo casi cruel en el destino del anime: se vende como producto juvenil, pero está creado por personas maduras. La media de edad en los estudios ronda los cuarenta años, y los grandes maestros ya superan los sesenta o los ochenta. Yamamoto murió a los setenta, pintando hasta el día anterior. El mismo Miyazaki estrena películas a los ochenta y tantos.
Es la paradoja de Japón: una de las sociedades más envejecidas que, al mismo tiempo, fabrica uno de los fenómenos juveniles más universales. Quizás ese choque explique parte del encanto. Los viejos pintan para los jóvenes, pero en realidad están pintando para sí mismos, para reconciliar la experiencia acumulada con la ilusión de la juventud.
¿realidad o hiperealidad?
Cuando Yamamoto trabajó en Weathering With You o en La chica que saltaba a través del tiempo, los críticos notaron algo nuevo. Sus escenarios urbanos, especialmente Tokio, parecían aún más reales que la propia ciudad. ¿Cómo puede un pincel mejorar una fotografía? Quizás porque añadía algo que las cámaras no pueden capturar: el modo en que la memoria embellece lo cotidiano.
Lo irónico es que, mientras algunos se maravillan de esa exactitud urbana, otros sienten que el anime está “demasiado atado a la realidad”. Que tanto Starbucks y tanto paso de peatones le quitan magia al género. Pero incluso en esa aparente domesticación, Yamamoto seguía marcando la diferencia: su versión de Tokio no era una copia servil, sino la visión soñada de la ciudad sobre sí misma.
“Un héroe sin paisaje es solo un dibujo suspendido en el vacío.”
la memoria pintada en los cielos
Hoy, en su pueblo natal en las islas Goto, existe un museo dedicado a Yamamoto. Exhibiciones, homenajes, retrospectivas. Los japoneses siempre entendieron que esos cielos eran algo más que decorados. En Occidente, en cambio, tardamos demasiado en darnos cuenta. Su entrada en Wikipedia apareció recién después de su muerte. Otros colegas, como Kazuo Oga o Hiroshi Ono, apenas tienen unas líneas en la enciclopedia digital, a pesar de haber dado vida a Totoro o a Neo-Tokyo.
Lo cierto es que Yamamoto nunca buscó protagonismo. Era feliz estando al fondo, literalmente. Pero ese fondo terminó por convertirse en el centro de nuestra mirada.
“El cielo de Yamamoto no era telón, era destino.”
Cuando levanto la vista y veo esas nubes de verano que parecen aplastarnos con su peso, pienso en él. En que probablemente ninguna mano humana volverá a pintar un cielo como esos. Aunque, ¿y si su legado funciona de otra manera? ¿Y si cada vez que miramos un paisaje y nos parece más bello de lo que recordábamos, en realidad es Yamamoto quien sigue pintando, desde algún rincón invisible?
¿No será que, sin darnos cuenta, todos vivimos en un mundo que lleva su trazo? ¿Y si la verdadera pregunta no es qué nos dejó Yamamoto, sino cuántos mundos seguimos sin ver porque aún no hay nadie que los pinte?